En el listado de las 100 personas más influyentes del mundo del arte en 2010 de la revista Art Review, la venezolana Patricia Phelps de Cisneros ocupa el número 40. Forma parte de la junta directiva del MoMa de Nueva York y del comité de adquisiciones de arte latinoamericano de la Tate Modern. Casada con el magnate Gustavo Cisneros, preside una fundación dedicada a la difusión de su amplísima colección (dice desconocer el número de obras) de arte latinoamericano, que arranca con piezas artesanales de etnias amazónicas, pasa por el arte colonial y se centra en el arte vanguardista de ese continente, además de una amplia muestra de arte contemporáneo. En la exposición América Fría. La abstracción geométrica latinoamericana (1934-1973), que se expone en la Fundación Juan March de Madrid, hay 22 obras suyas.
"La colección no empezó como tal", explica. "Yo me crié en Venezuela en los años cincuenta, cuando vivíamos un boom económico tremendo por el petróleo y el país se convirtió en el gran centro del modernismo. Crecí viendo obras tan importantes como las de Calder en la universidad de Caracas. También había unas grandes obras de Soto, de Leger, de Arp. El aeropuerto tenía un suelo de Cruz-Diez. Yo me crie en ese ambiente y esa fue mi estética. Recién casada compramos un Soto, un Cruz-Diez... lo que se usaba. No empezó como colección pero sí con cierto rigor estético y un sentido de respeto al artista. Poco a poco fuimos comprando más obra y un día nos llamaron de una revista inglesa a preguntarnos por la colección, Hasta ese día no habíamos pensado que la teníamos. Desde entonces pasó a ser una responsabilidad además de un placer. Y entendí también que tenía la responsabilidad de investigar, de estudiar y de darlo a conocer. Nosotros nos consideramos, sobre todo, custodios de esta colección".
Es una apasionada defensora de la abstracción geométrica. "Creo que esta exposición de la Fundación Juan March va a marcar época en la consciencia de los españoles, que no están acostumbrados a ver un conjunto de obras tan significativas de ese movimiento", afirma. La explicación requiere un poco de historia. "Hubo dos grandes vertientes en el desarrollo del arte latinoamericano en el siglo XX", continúa. "Una es la figurativa, la más conocida, y la otra es la de la abstracción. Nosotros tenemos obras de ambos campos, pero consideramos que la figuración es más popular, más fácil de comprender, siempre fue más simpática al ojo. Y justamente por el hecho de que la abstracción de esa época fuera hasta hace poco completamente desconocida pese a que constituyó un gran movimiento, es que decidimos que nuestra misión sería darla a conocer. Una corriente que además tiene una fuerte vertiente intelectual y de pensamiento que se expresó a través de publicaciones y textos que también intentamos rescatar".
No se trata de acumular cierto número de objetos sin un sentido o dirección. "Mis padres no fueron coleccionistas de arte, pero creo que el deseo de coleccionar y el respeto por la obra de arte vino de mi bisabuelo. Él fue un importante científico, un ornitólogo estadounidense, William H. Phelps, que murió a los 95 años aún trabajando sobre sus pájaros. De él entendí la responsabilidad de coleccionar y el rigor que hay que tener. Por eso no me canso de decir, ahora que está de moda coleccionar arte, que lo fácil es comprar. Lo costoso es cultivar el conocimiento de lo que atesoras. Hay que ayudar a divulgarlo y también cuidarlo".
Madrid está muy presente en su memoria de coleccionista, aunque dice que no suele comprar en ferias de arte. "La primera obra de arte que compré con mi marido fue en Madrid, de Manuel Rivera. Todavía no sabía que tenía un ojo para el arte que desarrollar. Era una obra pequeña, asequible, pero que ya tenía los mismos elementos que luego nos interesarían en otros artistas: era simétrica, abstracta, geométrica. El galerista Fernando Vijande, que era de lo más avant garde, fue gran amigo y con él aprendí a conocer los artistas españoles. Una de las primeras obras de Juan Muñoz la vi con él a mediados de los ochenta, los barceló, los sicilia. Él no tenía galería fija, iba de garaje en garaje", recuerda.
"Uno de los privilegios que un coleccionista particular se puede permitir es no comprar algo que no te guste. Un museo nacional tiene cierta obligación con el público. Por eso no tengo cuadros favoritos en mi colección, podría vivir feliz con los que tengo los próximos 30 años".
FIETTA JARQUE - Madrid - 12/03/2011
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