viernes, 24 de febrero de 2012

Los proscritos del arte urbano


Ilustradores y arquitectos intentan otra mirada de la ciudad. Isaías talla árboles muertos, Fe ha pintado murales con venezolanos famosos y también ha decorado kioscos con el permiso de sus dueños, Flix ha ideado divertidos motivos urbanos y decorado cabinas de teléfono, y Misshask ha llenado la ciudad con su conejo rosado.

Los restos de una cabina telefónica vestidos de robot, árboles secos tallados como esculturas, un Dudamel en el distribuidor Altamira con un arbusto haciendo de pelo del egregio director, un kiosco decorado en La Castellana, reproducciones de cuadros de Van Gogh frente al centro comercial Paseo Las Mercedes... Moviéndose en una injusta clandestinidad, en Caracas existe un grupo de artistas que a su particular manera intenta construir una ciudad más divertida y menos hostil.

No son grafiteros (lo de ellos es la generación de contenido y lo figurativo, y tienen por norma no intervenir fachadas residenciales), pero son tratados de igual manera por las autoridades, y se ven obligados a actuar en la clandestinidad: cuando han intentado pedir un permiso en alguna alcaldía siempre los remiten a unas oficinas de Control Urbano en donde el arte no tiene cabida: la burocracia no lo contempló en ninguna ley, en ninguna ordenanza.

Isaías, quien interviene árboles secos y los convierte en esculturas, dice que solo en Chacao se ha intentado, de manera limitada y bajo estricta supervisión, incorporar al artista a la ciudad: "Pero yo tengo ya tres meses intentando conseguir un permiso para intervenir dos árboles que están muertos y todavía estoy en eso. Es difícil, siempre nos miran con recelo, tal vez porque cada gesto artístico en la calle es también una apropiación".



La calle como museo

Fe, un arquitecto que reproduce cuadros famosos en la ciudad y que en papel reciclado que pega en las paredes ha hecho gigantescos dibujos de venezolanos destacados como Villanueva, Cabrujas, Dudamel, el maestro Abreu, Gego, Jesús Soto o Cruz Diez, dice que sobre todo quiere que los más jóvenes sepan que Venezuela ha producido algo más que Chino y Nacho. Y también desea que al menos en la calle exista una tradición que no hay en nuestros museos: "La gente aquí no tiene costumbre de ir a museos, tal vez no pueda ir a Nueva York a ver Noche Estrellada, de Van Gogh. Entonces yo hago una reproducción y así por lo menos habrá alguna persona más que conozca esa maravilla".

Misshask, una ilustradora que lleva diez años haciendo arte de calle, dice que es difícil trabajar en esta ciudad tan prejuiciosa. Se propone romper la rutina y trata de hacer círculos en un mundo cuadrado: "Pero aquí es complicado: hace poco una amiga pintó en un muro de Altamira unos hombres besándose y cuatro veces le han echado pintado encima, nunca ha durado más de 24 horas".

Lo efímero de su esfuerzo es otro de los problemas que enfrentan estos artistas urbanos: Fe hizo un dibujo de la artista Gego y se aprovechó de unos cables que colgaban de un muro, como si ella estuviera haciendo con ellos uno de sus dibujos de líneas entrecruzadas. Los cables los robaron. Y Flix (quien también es arquitecto) todavía se sorprende de que aún exista un dibujo de un dragón que hizo en una valla cerca de la panadería Selva, llegando a la principal del Country Club, hace año y medio. Su ángel que disparaba corazones y que colgaba de un puente de la Libertador desapareció hace tiempo, igual que aquel dibujo de un niño llorando que decía "Yo quería un parque" en uno de los muros de ese gigantesco terreno en Altamira donde hoy se construye la sede de la CAF, o aquel dibujo de un barquito que hizo en la ladera del Guaire.

Flix cuenta que ha pintado muros en El Cairo, Madrid o París, y que en Londres tuvo que correrle a la policía. Solo en Berlín encontró cierta relajación de las autoridades con el artista urbano: "Creo que solo allí se entiende que la calle, lugar de encuentro y desencuentro de todos, es el sitio ideal para plasmar inquietudes artísticas y de paso romper con la monotonía de la urbe".

Y en poquísimos lugares (El Pedregal en Chacao o La Ceiba en San Agustín) han logrado trabajar en una condición que no sea la clandestinidad.

Para Fe, la persecución a los artistas urbanos nace de un malentendido: los policías creen que cualquiera que interviene una calle es un grafitero. Y Flix explica las diferencias: "El grafitero marca territorio y además agrede porque en su afán transgresor se mete con fachadas privadas. Nosotros buscamos lugares abandonados y lo nuestro no es confrontar".

En cualquier caso, continuarán disfrazando cabinas de teléfono, tallando árboles secos, reproduciendo cuadros en la calle y diseñando divertidos motivos. Sin apoyo y con la hostilidad jurada de cualquier autoridad, pero con la convicción de que la recurrencia creará la norma y que un día serán comprendidos y quizá la ciudad hasta les dé las gracias.

JAVIER BRASSESCO | EL UNIVERSAL

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