El jerezano Alvar Núñez Cabeza de Vaca fue un hombre inverosímil, entre los muchos españoles inverosímiles que cruzaron el Charco en los primeros días de la Conquista de América. Era un hijosdalgo de una familia ennoblecida por los servicios prestados, aunque para su inmenso dolor, que le acompañaría toda la vida a ambas orillas de la Mar Océana, era huérfano de padre y madre.
Tipo valiente y decidido, pero bien educado para lo habitual en el que sería un guerrero español del siglo XVI, fiel servidor durante años en la Casa de Medina Sidonia, y curtido siendo adolescente en las guerras de Italia, el 17 de junio de 1527, aún un veinteañero, partió rumbo al Nuevo Mundo enrolado en la que sería la desastrosa expedición comandada por Pánfilo de Nárvaez.
Un africano en América: Derrotadas y masacradas nuestras huestes tanto por los indios como por los desaires de la Naturaleza, Alvar, en compañía de varios camaradas (entre ellos Estebanico, el primer africano llegado al Nuevo Continente) pusieron pies en polvorosa, sin siquiera imaginar que su aventura duraría diez años. Desde las costas de Florida hasta las del Golfo de California recorrieron todo lo que hoy es el sur y suroeste de los Estados Unidos.
Soportaron calamidades sin cuento, se alimentaron de hierbajos, de pajarracos, cuando no tenían que salir por piernas perseguidos por los nativos. Sin embargo, en no pocas ocasiones estos les tuvieron en alta estima y los consideraron curanderos y chamanes. La leyenda incluso apunta a alguna resurrección milagrosa. Se cuenta que se valían de latinajos, avemarías y padrenuestros para que los naturales del lugar quedasen absolutamente hechizados y los tomaran por gente con poderes sobrenaturales.
No contento con ello, cuando concluyó la odisea (dieron con unos compatriotas en el norte de México) el españolazo Cabeza de Vaca decidió contar por escrito su aventura, no tanto por mor de la gloria literaria ni económica, como para satisfacción de Su Majestad Católica, que pudiera tener así información etnográfica detallada y al milímetro de aquellas feraces tierras, de su fauna, de su flora y de su personal.
El libro se llamó «Naufragios» y fue un relativo éxito de ventas de la época. En él, con todo lujo de detalles que hoy llamaríamos naturalistas y numerosas secuencias que serían ahora tomadas por realismo mágico de puro insólitas, trazó las líneas maestras de lo que podía ser una novela de aventuras antes incluso de que estas existieran.
Preciosa versión: Libro poco difundido en los tiempos modernos, a pesar de ser uno de los más bellos de nuestras letras, esta estupenda edición de Castalia con excelente versión a cargo del académico José María Merino lo recupera. Como escribe Merino en el prólogo, «si este libro no perteneciese a la historia de los españoles, cuya actuación en América ha tenido desde el principio tantos detractores implacables; si hubiese algo similar en la tradición de franceses o anglosajones, pueblos que también urdieron imperios, sin duda este libro sería un clásico mundial en la crónica verdadera de las grandes aventuras humanas».
Descubridor de Iguazú: Años más tarde volvería a América y descubriría las cataratas de Iguazú: «... y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos lanzas y más». Fue Gobernador del Río de la Plata, pero su amor por los indios no era compartido por la mayoría de sus súbditos y acabó desterrado en Orán tras una conjura y falsísimas acusaciones a cuyo desmentido dedicó la parte final de su vida. Algunas leyendas sugieren que tomó los hábitos.
Que las palabras de Don Alvar Núñez Cabeza de Vaca en el Proemio del libro, resuenen en nuestros oídos y en nuestros corazones quinientos años después, a la mayor gloria de España: «Sacra, Cesárea, Católica Majestad: Entre todos los príncipes que ha habido en el mundo, creo que no se podría hallar ninguno a quien hayan procurado los hombres servir con tan verdadera voluntad, con diligencia y deseo tan grandes, como vemos que sirven hoy a Vuestra Majestad...».
Solo queda disfrutar de esta joya de la literatura española y mundial.
MANUEL DE LA FUENTE MANOLHITO / MADRID
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