París administra justicia poética a
Claude Monet (1840-1926). El gigante del impresionismo, relegado en otras épocas y en su propio país a vulgar pasatiempo de salón burgués, vuelve a Francia exactamente 30 años después de la última vez. Y mucho han cambiado las cosas en el terreno de la crítica y de la relevancia cultural para el pintor desde entonces. Lo que permanece inmutable es su enorme atractivo para el público: casi 90.000 entradas se han vendido ya en Internet antes de la inauguración de hoy para asistir a la muestra del majestuoso
Grand Palais. Con 170 obras, la exposición es la más grande nunca dedicada al artista.
Se quiere superar los 800.000 visitantes de la muestra '
Picasso y los maestros'. Para responder a tanto interés el museo abrirá por primera vez sus puertas todos los días de la semana. El objetivo es batir la marca registrada por la exposición de Picasso y los maestros de hace dos años, que atrajo a casi 800.000 visitantes. "Se trata de un recorrido muy coherente, porque en realidad hay varios pintores en Monet que se encajan y que finalmente desembocan en esa creación de nenúfares que solo le pertenece a él", explica Sylvie Patin, comisaria general del
Museo de Orsay, prestatario de unas 40 obras para la muestra. "El arte de Monet no se limita a su papel como jefe de fila de los impresionistas, sino que se renovó convirtiéndose en el pintor de series y precursor de la modernidad. Cuanto más avanzaba en su trabajo, más quería captar la luz", añade Patin, una de las cinco personas expertas en Monet encargadas de preparar la exposición.
La trayectoria del inquilino temporal del Grand Palais, una de las más singulares de la historia del arte, desemboca en un final del camino sublime; en la explosión de luz y de color de los legendarios nenúfares. El viaje cuenta con paradas apasionantes. Desde sus pinturas del bosque de
Fontainebleau, cerca de París, y sus primeras pinceladas de las costas normandas, hasta las series de paisajes, pasando por sus estampas parisienses como las vistas de la estación de trenes de
Saint-Lazare y sus postales del mar Mediterráneo. El paroxismo de Monet se articula en torno a 1890, cuando el pintor, dueño ya de cierto estatus, adquirió su casa de
Giverny. En ella se retiró a partir de 1893. Y allí hizo construir su estanque con nenúfares y un pequeño puente japonés, tema inmutable de inspiración creativa hasta el final. "Giverny es indisociable de Monet: el lugar en el que el pintor creó la naturaleza", explica Patin.
En esa época alcanza su cúspide creativa, que inició con una veintena de lienzos de pajares, cinco de los cuales se exhiben en la exposición. También se han rescatado cinco de la casi treintena que realizó a partir de la
catedral de Rouen, desde tres diferentes puntos de vista. Se trata de un trabajo minucioso e incluso obsesivo por captar la luz en diferentes momentos del día. Monet explicó en una de sus numerosas y valiosas cartas -en las que, al estilo de
Van Gogh, la pintura era tan importante como la letra-, que llegó a tener pesadillas en las que el monumento gótico se derrumbaba para desparramarse en una orgía de colores.
La exposición se desmarca en este punto de su condición de mera monografía al exponer frente a estas cinco obras la respuesta pop que articuló
Roy Lichtenstein. El estadounidense las descubrió en 1968. Pintó cinco series de 15 obras, de las cuales cinco están presentes en la exposición, en tonos amarillos, rojos y azules. Su homenaje a Monet también le llevó a reproducir la catedral y los pajares en una serie de litografías que expuso en 1969 en la galería de Leo Castelli en Nueva York, templo del arte pop.
La muestra se detiene también en algunas de las facetas menos conocidas de Monet, como su trabajo de retratista o de pintor de naturalezas muertas. Destaca una enorme pintura de Camille Doncieux, su primera compañera, a la que dibujó hasta en su lecho de muerte.
Es inevitable resaltar en la muestra una ausencia abismal dado su carácter simbólico: Impressions soleil levant, la vista del puerto normando de
Le Havre que da nombre al movimiento impresionista. Su dueño, el
museo Marmottan-Monet, no quiso cederlo. El centro prepara su propia exposición, a partir de principios de octubre y en la que mostrará por primera vez su colección del pintor en su integridad.
El País, ANA TERUEL - París - 22/09/2010
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