domingo, 9 de agosto de 2009

Una batuta para cambiar el mundo




Venezolano, 28 años. Formado en las orquestas infantiles de Abreu. Todos quieren a Gustavo Dudamel, músico comprometido, la nueva estrella de la dirección de orquesta. Próximo destino: Los Ángeles.

Para doña Engracia, su abuela, lo que el inquieto Gustavo Dudamel hacía con sus muñecos Lego dentro de la habitación era todo un misterio. Pedía montones, los coleccionaba obsesivamente. Pero no para jugar a hacer obras públicas, a los hospitales, a los piratas o a los bomberos. Los ordenaba por filas, en semicírculo, y les hacía escuchar música. Cuando se iba al colegio, cerraba la puerta y avisaba: "¡No me desordenen nada!". Cualquier desliz, cualquier tropiezo, podía desarmar su delicada orquesta de juguete.
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"Sé quién soy y quién quiero seguir siendo cuando llegue a Los Ángeles"
"El sistema musical de Venezuela forma, ante todo, ciudadanos responsables"
"La tradición encorseta. Aportamos una visiónde la música sin límites"
Aquellos monigotes de plástico fueron sus primeros músicos. Los que le sirvieron de ensayo para que él definiera una vocación que hoy ha valido a este venezolano de 28 años ser la primera estrella despuntante de la dirección de orquesta del siglo XXI.

En la dictadura de los clichés, la música clásica está rodeada. Para quien piensa que es un mundo perdido en manos de iniciados, pedantes y elitistas, la sonrisa de Gustavo Dudamel supone toda una ventana abierta. A aquellos que creen que las sopranos tienen que ser gordas; los pianistas, unos románticos, y los directores de orquesta, seres irascibles, circunspectos y déspotas sin un ápice de sentido del humor, la personalidad de Dudamel les dejaría sin habla.

No tiene humos raros. Es capaz de levantar al público y ponerles a bailar el mambo. Lleva en la sangre esa porción marchosa y picante que su padre, Óscar, ha sabido transmitirle después de haber sido trombonista en varias orquestas latinas de Venezuela. Así que Gustavo cree sobre todo que la música es alegría, emoción y otra cosa: apostolado para cambiar el mundo. Pero además cuenta con suficiente carácter como para dominar una increíble ola de sonido y energía de 200 músicos menores de 25 años en un auditorio. Los que suelen componer la orquesta estrella Simón Bolívar, la joya del sistema venezolano, de la que él es titular.

Fue en ese entorno donde Dudamel se formó. Desde muy joven, desde niño, José Antonio Abreu, el inventor del método de enseñanza musical que ahora quiere copiar todo el mundo, supo que en aquel chamaco había un líder a quien pasar la antorcha, un continuador de su obra capaz de romper más fronteras de las que él nunca soñó. También lo vieron otros asiduos colaboradores del sueño de Abreu, que el año pasado ganó el Príncipe de Asturias de las Artes. Maestros como Simon Rattle, Claudio Abbado, Zubin Mehta o Daniel Barenboim. En muchas cosas puede que fallen o carezcan de olfato, pero en todo aquello que sea identificar la luz y el talento para dirigir, no hay nadie que les dé gato por liebre. Es la señal de los semejantes.

Raramente se habían topado con esa piedra preciosa que define radicalmente las cualidades de uno de los de su casta. Con el puro carisma en bruto, que en su caso resultaba tan asombroso y tan prematuro. La manera en la que lo percibieron en Venezuela cuando vieron a Dudamel no se podía comparar a nada. El propio Rattle se lo dijo a su abuela Engracia: "Señora, casos como el de su nieto surgen una vez cada 100 años". Aquello fue como encontrar el santo grial para un mundo en el que los públicos huían de las salas de conciertos y la obra de Bach, Beethoven, Brahms, Mahler, Chaikovski, languidecía sin remisión.

La carrera de Gustavo Dudamel hoy es como una montaña rusa. Todo el mundo lo quiere, todo el mundo le hace la corte. Los teatros, los auditorios y los festivales deben guardar riguroso turno para programarle. Pero él está tranquilo. "Yo lo llevo bien. Para mí es una felicidad lo que me está pasando", comenta después de un concierto en Colonia (Alemania), donde ha ido ya por segunda vez a dirigir una de esas orquestas con poso, con tradición de siglos, ante un público en el que dominan las cabelleras blancas. Da lo mismo. Los entendidos también le han bendecido.

Aunque no tengan nada que ver con los jóvenes de Venezuela o América en cualquiera de sus latitudes. Ése es el público que le venera. Allí donde Dudamel es una estrella latina potente. Una estrella que multiplicará su magnetismo cuando el próximo mes de septiembre entre como director titular de la Orquesta Sinfónica de Los Ángeles, donde sustituye a Esa-Pekka Salonen.
En California, en la tierra del glamour y la fábrica del cine, le esperan con un entusiasmo digno de las épocas en las que Leonard Bernstein sabía conjugar, como pocos lo han hecho después, la música clásica con la cultura popular. En cierto modo, Dudamel es un pequeño Bernstein. Los Angeles Lakers le han diseñado una camiseta con su nombre. La cadena de comida rápida Pink le dedica un perrito caliente en el que se puede leer pintado con mostaza: Pink loves Gustavo. La prensa le ha bautizado como The Dude (el colega, el nota) y hasta hace poco chismorreaban con el dilema de dónde se iba a instalar en la ciudad.

Las atractivas pero un tanto peligrosas artimañas de la fama le esperan con los brazos abiertos. Puede que corra el peligro de dejarse llevar por ellas. Pero parece tener claro que todo eso no es más que una anécdota. Agradable, halagadora, pero una anécdota. "Soy consciente de quién soy y de quién quiero seguir siendo", asegura Dudamel. Tajante.




Jesús Ruiz Mantilla. El País, Madrid. 09/08/2009.

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